Animales al Espacio: un tributo a los primeros seres puestos en órbita

Algunos han nacido allá arriba, otros muchos han muerto. Cientos de animales han formado pareja, han gestado su progenie, se han reproducido y han llevado adelante una vida extraterrestre. Catapultados en naves y estaciones espaciales de todo tipo, se han mareado como los astronautas, se han recuperado de sus heridas y han sobrevivido a aceleraciones que ningún ser humano podría soportar. Se les ha anestesiado, sometido a radiación artificial e insertado implantes. Y todo para demostrar que, lejos de la Tierra, la adaptación de los seres vivos a la ingravidez es posible.

Antes de que el hombre alcanzara la órbita terrestre, circulaba entre la comunidad científica la idea de que los humanos no serían capaces de soportar largos períodos de ingravidez en el espacio. El debate estaba servido y no se sabía a ciencia cierta qué efectos podrían tener sobre las personas. Algunos apuntaban a que el hombre, ante un entorno con condiciones físicas completamente nuevas, simplemente se volvería loco. Otros seres vivos serían los encargados de dar una respuesta.

Los científicos llevan seis décadas utilizando todo tipo de animales para sus experimentos ultraterrestres. A pesar de las pérdidas, que las ha habido, su participación abrió el camino de la exploración espacial, un camino que ningún humano hubiera podido –o querido- iniciar sin los valiosos datos que se recogieron durante y después de sus vuelos. A día de hoy, el número de animales que ha estado en el espacio supera con creces al de seres humanos. He aquí una historia y un pequeño tributo a algunos de los especímenes que más han hecho, aún sin saberlo, por la exploración espacial.


Laika junto a la cápsula que la alojaría dentro de la sonda Sputnik 2.

Laika ostenta el mérito de haber sido el primer ser vivo en alcanzar el espacio exterior.Se sabía de antemano que Laika no sobreviviría al viaje.

Las moscas de la fruta fueron las pioneras, y ya desde los años cuarenta se las envió a más de cien kilómetros de altura en globos aerostáticos y en la cabeza de cohetes V2, más conocidos por su poder destructor durante la Segunda Guerra Mundial. Poco a poco la tripulación se fue ampliando a roedores y pequeños monos. La idea era estudiar los posibles daños que la radiación podía causar sobre ellos a gran altitud.

Los perros fueron los primeros animales de peso en ir al espacio. Los soviéticos les eligieron por considerarlos lo suficientemente dóciles e inteligentes, además de ser una figura muy respetada por la cultura popular rusa. Entre su particular "casting canino", los perros callejeros destacaron como los más resistentes. Para desvelo de los científicos, más de uno se escapó justo antes de los primeros lanzamientos suborbitales, provocando redadas de búsqueda y retrasos.

De entre todos, Laika ostenta el mérito de haber sido el primer ser vivo en alcanzar el espacio exterior. Recogida en las calles de Moscú, la fotogénica perrita sólo contaba con billete de ida, y apenas dio cuatro vueltas a la Tierra antes de fallecer como consecuencia del recalentamiento de la cápsula y del estrés. La realidad era que el Sputnik 2 que la alojaba no estaba preparado para una reentrada segura en la atmósfera terrestre, por lo que se sabía de antemano que Laika no sobreviviría al viaje. Los científicos soviéticos planearon envenenarla progresivamente durante su estancia en la cápsula, pero su muerte no siguió el plan establecido. El caso es que sólo resistió unas cinco horas tras el despegue, y la causa de su fallecimiento no fue revelada hasta décadas después de que se produjera el vuelo. Su hazaña sirvió entonces para cautivar la imaginación del mundo entero. La inmolación del can demostró además que era posible que un organismo soportase las condiciones de microgravedad, allanando así el camino a la participación humana en los vuelos espaciales.

Belka y Strelka (Blanquita y Flechita en español) fueron las primeras en sobrevivir, de una docena de perros que enviaron al espacio después de la muerte de Laika.

Los chuchos Veterok y Ugolyok (Brisita y Ámbar en español) ostentan el récord canino con 22 días en el espacio.

Tras Laika, la Unión Soviética enviaría una docena de perros más, de los cuales sólo ocho regresarían vivos a la Tierra. Belka y Strelka –Blanquita y Flechita, en español- alcanzarían también la fama por ser las primeras en sobrevivir a su periplo espacial en 1960, mientras que los chuchos Veterok y Ugolyok –Brisita y Ámbar- aún ostentan el récord canino de haber pasado 22 días en el espacio y volver ladrando.

Por su parte, los americanos pujaron por alcanzar a los rusos en la carrera espacial con nuestros parientes más cercanos: monos y chimpancés. Primates como nosotros, se valoró su capacidad para ejecutar órdenes sencillas y resolver problemas, además de compartir características anatómicas. Como en el caso de los soviéticos, los primeros lo tuvieron más crudo: en 1948, el mono Albert no sobrevivió, y no fue hasta diez años después cuando los pequeños Baker y Able, de 300 gramos y tres kilos respectivamente, completaron su misión con éxito tras haber sido encapsulados en la cabeza de un misil lanzado a casi 500 kilómetros de altitud.

En enero de 1961, Ham se convirtió en el primer primate en órbita. Nacido en África y con tan sólo cuatro años de edad, experimentó unos seis minutos de ingravidez que le catapultaron a la fama. El "astrochimpancé" fue entrenado para presionar determinados botones que le evitaran leves descargas de castigo. Durante el vuelo, su tiempo de respuesta fue muy similar al de tierra, lo que demostró que su capacidad de acción y raciocinio estaba intacta. Tras una misión algo accidentada, con problemas técnicos y alteraciones en el plan inicial de vuelo, Ham amerizó en medio del Atlántico con apenas un golpe en la nariz y algo deshidratado.

Albert, murió por sofocación al momento de ser lanzado al espacio en 1948.

Albert II fue lanzado al espacio el 14 de Junio de 1949. Desafortunadamante murió al impactar en su descenso.

Los pequeños Baker y Able fueron encapsulados en la cabeza de un misil que fue lanzado a casi 500 kilómetros de altitud y... sobrevivieron.

Su viaje dio paso al primer astronauta de la NASA, el estadounidense Alan Shepard, cuatro meses después. Ham fue trasladado después al zoo de Washington y disfrutó una vida de lujo y fama televisivos. Numerosos monos de diferentes especies fueron enviados al espacio en la década de los sesenta por Estados Unidos, la Unión Soviética y Francia, la mayoría anestesiados y con implantes para monitorizar su estado vital.

Los franceses sentían predilección por los felinos, así que dos gatos cambiaron las vistas desde los tejados parisinos por una aventura espacial de más altura. Lanzado desde Argelia, el gato Félix sobrevivió a su viaje en 1963 a pesar de tener electrodos implantados en su cerebro para medir los impulsos neuronales. El segundo de ellos no corrió igual suerte.

En la lucha entre gato y el ratón, el último siempre ha ganado en el espacio. Cientos de ratones y ratas han experimentado la microgravedad desde los años 50. Los americanos comenzaron lanzando un ratón a 137 kilómetros en la cabeza de un misil, y tanto la Unión Soviética como China seguirían su ejemplo. La primera rata en hacerlo se llamaba Héctor, y consiguió alcanzar el espacio gracias a los franceses en 1961. Los roedores resultan interesantes para los científicos por su rápida capacidad de adaptación. Al contrario que otros animales, en apenas cinco minutos parecen flotar a sus anchas en las cápsulas espaciales.

Ham se convirtió en el primer primate en órbita.

Ham amerizó en medio del Atlántico con apenas un golpe en la nariz y algo deshidratado.

Los únicos inconvenientes aparecen en la fase de reproducción. La Unión Soviética llevó a cabo numerosos experimentos con ratas embarazadas. En una tercera parte de los casos, el embrión no se adhería al útero e, incluso cuando todo iba bien, la madre perdía mucho peso y el feto sufría problemas de desarrollo. Debido a que el calor de los cuerpos se dispersa rápidamente en el espacio, los bebés rata sufrieron problemas a la hora de localizar las mamas, alimentarse y encontrar el refugio de sus madres. En los varones, el peso de los testículos se redujo y disminuyó la concentración de espermatozoides.

Después del alunizaje del Apollo 11, el papel de los animales se limitó al estatus de "carga biológica". La variedad de especies aumentó exponencialmente, y se incluyeron peces, conejos, cucarachas, grillos, amebas, avispas, tritones, serpientes, ranas… Sin embargo, los animales no volvieron a las portadas de los periódicos. La excepción fue la noticia protagonizada por dos arañas comunes a bordo de la estación espacial estadounidense Skylab. Las arañas usan su propio peso para determinar la cantidad de seda que usar en la telaraña, por lo que se desconocía cuál sería su reacción en ausencia de gravedad. Aunque sus primeros intentos fueron fallidos, con algo de práctica Arabella y Anita consiguieron tejer su red una y otra vez durante dos meses. Los pasajeros arácnidos deshicieron su primer trabajo en busca del éxito. Los científicos quedaron asombrados con semejante cambio de actitud.

Insectos como las mariposas, en cambio, no lo llevan tan bien. Fue hace poco, en noviembre de 2009, cuando nacieron las primeras mariposas extraterrestres de la historia. Estas "mariposanautas" de la especie Monarca sobrevivieron a la etapa de crisálida y emergieron como adultas en la Estación Espacial Internacional. La metamorfosis se produjo al completo, pero las pobres no pudieron volar. Las condiciones de baja gravedad las arrastraron a caóticos y fugaces vuelos, condenadas a golpearse contra la caja de plástico que constituía su hogar ultraterrestre. Su aventura espacial duró 25 días.

El Coronel John P. Stapp (izquierda) revisa junto al ingeniero Charles Wilde (derecha) la cápsula espacial que albergará al ratón Mice.

Los franceses pusieron en órbita al gato Félix que sobrevivió a su viaje en 1963.

Las arañas Arabella y Anita fueron enviadas al espacio en enero 1973.

Varios peces han visitado el espacio en contenedores de agua presurizados (si no, ¡la microgravedad les jugaría una mala pasada!) y se ha comprobado que nadan invariablemente en círculos. Para ellos, no hay arriba o abajo. Cuando estás en el espacio, el cuerpo tiene masa pero no peso, de modo que la ingravidez trastorna el sentido de la orientación. Un pez de la especie mummichog fue el primero en "navegar" por el espacio en los años 70, y le siguieron otros tantos peces sapo, peces cebra y killis japoneses.

Los oídos internos de los peces poseen gran sensibilidad al movimiento. Gracias a ellos, los científicos pretenden averiguar más sobre los mareos de los astronautas y prever si una estancia prolongada en el espacio podría crear daños permanentes en el oído. Además, resultan muy útiles a la hora de investigar la pérdida de masa ósea en el espacio –del orden de un uno por ciento al mes- y encontrar tratamientos contra la osteoporosis.

Los soviéticos se fijaron en el lento metabolismo y la longevidad de las tortugas rusas, oriundas de la estepa central asiática. Sus ventajas a la hora de enfrentarse a la aventura espacial respecto a otros animales estaban claras: no necesitan una gran cantidad de oxígeno, pueden pasar varios días sin comer y son capaces de entrar en estado de letargo. De hecho, poseen dos récords espaciales. En 1968, una tortuga rusa se convirtió en el primer animal en viajar al espacio profundo, orbitar la Luna y volver sana y salva a la Tierra. Y hace 35 años que ningún miembro del reino animal ha podido batir su marca de vuelo de larga duración: varios ejemplares permanecieron ni más ni menos que 90 días en el espacio.

Hoy en día, cada vez son menos los animales que viajan al espacio y, cuando lo hacen, están sujetos a todo tipo de cuidados. Tras años de servicio a la ciencia, el ser humano parece haber aprendido que su vida merece un respeto. Y aunque nuestros compañeros del planeta Tierra no han elegido su destino cósmico, siempre hay excepciones. En el último vuelo de una nave Apollo, en 1975, los astronautas alertaron al centro de control de Houston sobre la presencia de un tripulante inesperado: un enorme mosquito procedente de las lagunas de Florida. Después de todo, en las naves espaciales también hay polizones.

Por Nadjejda Vicente Cabañas
Periodista científica especializada en el espacio y autora del libro “La cuenta atrás”.

Fuente: Caos y Ciencia

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